miércoles, 30 de julio de 2014

Tú has hecho arroz

Tras esta frase pronunciada en tono incisivo por una vecina con pinta de chismosa, en un trayecto de ascensor, la interpelada se ruboriza como una niña pillada en travesura. La señora ha descubierto el secreto de su expresión radiante. Perfecto. Ahora sé qué tengo que hacer para andar por la vida con el aspecto de quien ha tenido una sesión de sexo catárquico después de ocho horas seguidas de sueño: cocinar arroz.

Alguien me dijo, hace ya bastante tiempo, que si no entendía o no me gustaba un anuncio publicitario era porque no estaba destinado a mí. Será que hay muy pocos anuncios destinados a mí o que soy completamente idiota, pero es ponerme delante de la tele y, en cuanto veo pasar dos o tres, me sobreviene la carcajada sardónica. O el resoplido de hartazgo, si me pilla con el humor decaído. La mayoría se me escapan y no por una cuestión de credibilidad, ya que, por regla general, las promesas de los productos anunciados las “pongo en cuarentena”, como diría mi madre. Es la profundidad argumental la que no alcanzo. Signo de necedad por mi parte, sin duda. 

¿Quién me puede explicar, por ejemplo, la relación entre un monje budista en meditación y un repelente de mosquitos? Parece que, pese a ser pasto jugoso para los rebaños de mosquitos en cuanto llega la temporada, no estoy hecha para repelerlos. Ni a los mosquitos, ni a los abejonejos, ya puesta. Cruel destino. Como el que me conduce al estreñimiento por negarme a ser arrastrada por un destacamento policial que parece salido de las páginas de “Fahrenheit 451”. O a perderme el pecaminoso placer de sentirme como la chica del sombrío Grey al meter los platos sucios en el lavavajillas.

No es que pretenda arremeter contra la publicidad o los publicistas, los dioses me libren. De hecho su creatividad merece toda mi admiración, más aún si brilla en compañía de la inteligencia. Es la capacidad (o su falta) de conectar lo que me llama la atención en algunos casos. La comicidad que se da por supuesta y me deja fría, haciéndome dudar de mi sentido del humor, o el sentirme perpleja cuando encuentro, todavía, anuncios en los que se respira un toque de ranciedad. Será la moda de lo “retro”, es decir, el retroceso que estamos sufriendo en demasiados aspectos.

A un lado dejo la atmósfera de cotidianeidad artificiosa, el sentimiento de manipulación o el impulso al consumismo como sustituto de la felicidad según qué productos o empresas. Son los expertos quienes realizan el análisis detallado y ya hay suficientes estudios, documentados y especializados, sobre ideas, intencionalidad y contextos. Sólo soy una mirada al otro lado de la pantalla, una cliente potencial que, la verdad, pocas veces se ve convencida.


lunes, 28 de julio de 2014

Julio, lunes por la mañana...

A estas alturas del verano –y es que ya ha pasado un tercio, como quien no quiere la cosa–, la gente anda ya de vacaciones, descansando del bullicio laboral a base de bullicio ocioso, por lo que se aprovecha la menor afluencia en el transporte público para reducir los horarios o acometer obras de mantenimiento o renovación, por ejemplo. Esa es la teoría. Cuando salgo por la mañana para ir a trabajar, me pregunto cuántos se han ido realmente de vacaciones porque el autobús se llena y para lo que hay en los vagones de algunas líneas de metro el nombre de multitud se queda corto. El nivel de apiñamiento no es muy diferente al de la hora punta en mitad del invierno. Supongo que las mentes pensantes han hecho alarde de un excelente dominio de las matemáticas para conseguir proporcionalidad entre el descenso de viajeros y de servicios de forma que el aforo parezca no haber cambiado.

Cierto es que la línea de metro en que encuentro tanta saturación es más o menos célebre por esta circunstancia, pero eso no me consuela cuando me encuentro empotrada entre la barra vertical a la que intento aferrarme –con la mano que no sostiene el libro– y un hombre que se sujeta a la misma a unos veinte centímetros por encima de mi cabeza –mi metro y medio se lo permite con facilidad–. Hombre, por cierto, tan apegado a mi espalda que no cambia de posición a pesar de los movimientos a nuestro alrededor. Si hubiera espacio suficiente, me atrevería a arrearle un codazo en alguna parte, blanda o no. Este calor ambiental consigue que agradezca salir a la calle, a pesar del bochorno que encuentro, o que me parezca un regalo la baja temperatura que el aire acondicionado deja en la oficina. Los estornudos son circunstanciales.

Cómo echo de menos mi línea habitual, cortada por obras como casi todos los veranos. También echo de menos lo que mi abuela llamaba buenos modales. Ya sé que puede sonar a rancio o pasado de moda, pero es una lástima que algo tan lógico como dejar salir antes de entrar o no empujar a quien va delante parezca una costumbre en desuso y no una norma básica de convivencia. Parece que las prisas y el amontonamiento hacen aflorar lo peor de nosotros. Y el no poder dedicar el trayecto a mi lectura, por la obligada inmovilidad entre cuerpos a punto de ebullición, hace que mi mente se pierda en divagaciones como ésta...


martes, 22 de julio de 2014

El cielo sobre nuestras cabezas

A veces me siento como Asterix en su aldea irreductible. Aferrado con uñas y dientes a lo que es suyo, espectador asombrado de los dislates cometidos en nombre de la civilización y con el temor de que el cielo se desplome sobre su cabeza.

sábado, 19 de julio de 2014

Matices y palabras

A menudo se pregunta a quienes escriben por qué o para qué lo hacen y podría parecer lo mismo, pero no lo es: la primera pregunta se refiere a la motivación mientras que la segunda a la finalidad. La distinción no siempre es evidente, muchas veces se confunden los términos por ambas partes y, cuando se plantea el porqué, la respuesta es una declaración de intenciones que deja contento (o perplejo) al inquisidor y aquí no ha pasado nada. Matices, son sólo matices, me contestas. Quizá, pero una pregunta imprecisa nos dará una respuesta incompleta y eso conduce a una información insuficiente. El valor de una palabra, aun el de una simple preposición, cambia el sentido de una frase igual que una leve variación de tonalidad en la paleta cambia la luz de un cuadro.

Por qué escribes, cuáles son tus razones, qué te mueve a llenar las páginas de palabras que, a veces, no sabías que estuvieran dentro de ti. ¿Cómo nació el impulso? Si tienes que hacer memoria y aun así no lo recuerdas, es que son muy largas sus raíces. Has olvidado cómo empezó, pero no puedes haber olvidado las causas. La timidez, dices, y lo entiendo. Esa barrera invisible que retiene tus palabras en el pequeño espacio entre los labios, de pronto indecisos. La necesidad de expresar unos pensamientos que no te atreves a contar de otra manera. La lectura, también. Cómo no. No cabe la escritura sin la lectura excepto como mero ejercicio de solipsismo. Amas las historias, tanto que las has hecho formar parte de tu vida y, cuando no las lees, te las cuentas a ti misma. De ahí a volcarlas al papel hay un aliento. Por eso diste el salto de forma natural, casi sin darte cuenta. Y luego no pudiste parar.

Para qué escribes, cuáles son tus objetivos, qué esperas conseguir robándole tiempo al día para estar a solas con las palabras. ¿Dónde pretendes llegar? No siempre estás segura, no siempre piensas igual. Al principio sólo escribes por escribir, sin otra intención que volcar tus pensamientos para verlos más claros, para exorcizar tu mente, para calmar la inquietud. A veces, te atreves a compartir; escribir es comunicar. No es como desnudarte mirándolo a los ojos. Poco a poco, frase a frase, te vas dejando mostrar. Cada día un poco más. A medida que te vas sintiendo cómoda, te atreves a soñar. Y en escribir y soñar, todo es empezar.

Entonces, dime, ¿escribes…?


miércoles, 16 de julio de 2014

La habilidad de la sonrisa

Existen diferentes clases de sonrisa, desde la más inocente de los que guardan la expectación de un niño a la teñida por el cinismo de quienes se sienten de vuelta de todo, pero la más especial es la sonrisa franca, la que se despierta por el puro instinto de la alegría necesaria para sobrevivir, aun sabiendo que no está el tiempo para andar arriesgando sonrisas. Y es que ocurre con las sonrisas lo contrario que con el dinero: las que se ahorran, se pierden. No hay bancos de sonrisas donde guardarlas para los momentos en que más falta hacen, ojalá los hubiera, pero hay algo mejor: personas.

Da gusto encontrar gente con talento para la sonrisa. Me refiero tanto a los que son capaces de provocarla como a quienes la lucen día a día, abiertamente mostrada en los labios o asomada con picardía en la mirada. Hay medias sonrisas, que no son lo mismo que sonrisas a medias; son tímidas, esperanzadas y, a la vez, una promesa. Algunas invitan a querer hacerlas enteras. Otras son traviesas y juegan en las comisuras de los labios, no siempre en ambas al mismo tiempo, y en el brillo de los ojos. Te desconciertan, te incitan, te enamoran. Buscan en ti su reflejo y terminan por sacarlo: contestas con otra sonrisa.

Esa capacidad para sonreír y para conseguir la sonrisa me admira, entre otras cosas, porque en ocasiones parece que enfrentarse sonriente al mundo es un signo de simpleza o de banalidad. Se ve la alegría como un signo de irreflexión en lugar de un mecanismo de defensa o, incluso, un arma contra la desidia y la tristeza que amenazan nuestra vida. Abre una ventana en la oscuridad de la rutina, a despecho de aquellos que prefieren vivir en la penumbra. Se alía con el dolor, cuando éste es inevitable, para limarle los dientes y que sus mordiscos no lleguen al hueso. Refresca, calienta, sosiega, revive.

Sólo una sonrisa basta, a veces, para cambiar una vida. Eso es verdadera alquimia. Un toque de magia en un terreno baldío. De la que no se puede perder. Porque las sonrisas se atesoran pero no se escatiman.



Gracias a todos los que sonreís y me hacéis sonreír.


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lunes, 14 de julio de 2014

Es lunes... pero buenos días.

Madrugón de lunes, hace calor, aún queda para las vacaciones. Habrá que buscar un poquito de energía para saludar a la mañana. En cuanto haya tomado un café, o dos, doy los buenos días igual que estos...



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domingo, 13 de julio de 2014

El pensamiento tonto de una tarde tonta

Noche para salir en plan tranquilo. Sólo hay que encontrar un bar en donde no haya televisión conectando con Brasil. Una terraza, una cervecita y a disfrutar del silencio.

Y ahora desconecto el modo banal.


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lunes, 7 de julio de 2014

Escapadita para degustar Barcelona

No hay como cambiar de aires para que la mente dé, por lo menos, un cuarto de vuelta sobre sí misma y alcance otra perspectiva, aunque sea en pequeño grado. Romper la rutina calma las compulsiones diarias y a veces nos hace mucha falta. No es que una escapada relámpago sea lo óptimo para rebajar los niveles de estrés, pero da un respiro (o un aliento) al pensamiento de piñón fijo, lo cual ya es bastante sano. Después de dos días de quiebro a lo cotidiano se puede volver cansado, con sueño y llorando como un niño que no quiere ir al colegio al día siguiente (el drama de todos los domingos, vaya), a pesar de lo cual ahí queda ese resquicio de sonrisilla placentera que te ha acompañado durante el desahogo. A estas alturas del año, además, es como un aperitivo de las vacaciones por venir.

Este fin de semana he practicado este ejercicio en cuestión con un paseo (rápido y superficial, reconozco) por las calles de Barcelona, aprovechando la circunstancia de un viaje de trabajo de mi paciente costalero. La brevedad no impide el disfrute cuando la disposición es la adecuada y hemos disfrutado, sin duda. Además de las típicas visitas y el callejeo habitual, nos guiaba la idea de relajarnos sin complicaciones, así que abundaron los escaparates y las terracitas tan apropiadas para refrescarse del calor. Un blanco fresquito junto al mercado de Santa Caterina, una clara bien fría frente al de San Antoni, un café frente al puerto… Atmósfera casi vacacional, así da gusto. Y el añadido de una concentración motera de Harley Davidson, dando más color al ambiente.

En líneas generales, una escapadita muy agradecida que nos ha cundido bastante y durante la cual hemos conocido dos restaurantes que nos han gustado mucho. A saber:

Abrassame 
Situado en la última planta del centro comercial y de ocio Arenas, antigua plaza de toros, tiene el turístico atractivo de las vistas. Cenar en la terraza mientras anochece es, cuando menos, vistoso, como lo es la decoración del restaurante. Se come bien, sin grandes alardes experimentales pero con buenos productos y una elaboración muy buena. Después de degustar una versión particular del fish and chips y unos fingers de pollo con guarnición de humus, todo a su convincente manera, nosotros nos quedamos con el postre que compartimos: una mousse de coco sobre carrot cake que estaba para pegar alaridos. Ah, un detalle de los que te dejan buen sabor de boca: el camarero fue simpatiquísimo.





Mine 
Encantador y delicioso resume la impresión final de este pequeño restaurante que estaba cerca del hotel, en Sants. Una carta basada en productos tradicionales y nuevas elaboraciones con un resultado que nos dejó con ganas de volver en cuanto podamos. Decoración con un aire ligeramente afrancesado, sin minimalismos ni estridencias, y de lo más confortable. Atenciones de primera sin sombra de obsequiosidad. Y los platos, de fábula. La tapa de croquetas de pollo tandoori está de miedo, para no perdérsela. Mi pareja pidió un atún estilo tataki (aunque más bien hecho, a él le gusta así) sobre patata panadera y le encantó. Yo probé el canelón crujiente de carne asada, una especie de rollito oriental con relleno clásico, que me dejó bizca. El postre compartido era un pastel de manzana, tipo strudel, con polvo de palomitas… sí, has leído bien, polvo de palomitas. Además de original, muy rico. Ah, y antes de empezar nos invitaron a un detalle de la casa: una copita de mousse de salmón. En conclusión: un lugar estupendo para una cena agradable que merece la pena visitar.





Creo que se nota cuál ha sido mi favorito, ¿verdad?


Os dejo los datos de ambos para que podáis llegar a vuestras propias conclusiones:

Restaurante ABRASSAME
Cúpula del centro comercial Arenas
Gran Vía de les Corts Catalanes, 375-385 (Barcelona)
Tfno.: 934 255 491 – Fax: 932 894 118


MINE, Restaurante y tapas
C/ Béjar, 66 (Barcelona)
Tfno.: 930 016 983



* Las fotos de los restaurantes están obtenidas de la red. Las de los platos del Mine (y ese fondo de camiseta "rollingstoniana"), obviamente, son mías. Dicen que la intención es lo que cuenta, ¿no?

jueves, 3 de julio de 2014

Tronar y restallar, dispersión matutina.

En días como hoy una se pregunta si los dioses han decidido desatar su ira para fastidiarnos por nuestro comportamiento, tal como dicen los libros sagrados que hacen. Truenos y relámpagos, lluvia y viento, un frío desusado para la época del año. A primera hora de la mañana, en pleno trayecto entre el portal y el autobús, el cielo entero se derramaba sobre la calle de la forma más despiadada. La previsión del paraguas no sirvió de mucho: una vez en el asiento, los dedos de los pies nadaban en los zapatos. Animada forma de comenzar la mañana, con una tormenta de verano con complejo de grandeza.
Una pequeña parte de mi alma perversa imagina un nuevo diluvio que arrasa, de forma selectiva, ciertas zonas especialmente molestas. Se supone que el agua, como el fuego, es elemento purificador. Pues nada, que el torrente arrastre todo lo que sobra… Ojalá fuera tan fácil. Pero en la calle la suciedad flota en los charcos, sin disolverse. Enfanga. Cuidado al pisar.

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