De lo que puede ser capaz una por
culpa de la codicia. Por ejemplo, de llegar a casa después de varias horas de
viaje y, apenas recogida la maleta y tomado un tentempié, sentarse frente al
ordenador para escribir una entrada en su blog con el único fin de sumar puntos
y participar en el sorteo de un libro.
Avaricia pura y dura. Pero es que el libro es “Haz algo diferente: 50 retos para potenciartu pensamiento lateral”, de Marcos Martínez, también autor del blog PensamientoLateral (si no lo conocéis, echadle un vistazo).
Y aquí estoy, a estas horas de la
noche, escribiendo esta pequeña y torpe entrada para haceros saber que se está
sorteando este libro en los blogs de Ana Bolox, Detrás de un escrito, y Cris
Mandarica, Detrás de la pistola. Y que podéis participar hasta el día 29, si os
interesa el libro o queréis castigarme por codiciosa.
Solía beberse el café ya frío, espolvoreado de partículas de
ceniza del cigarrillo que se había fumado con la mirada absorta, concentrado en
los devaneos de su imaginación. Luego se oiría el teclear errático de la
Olivetti, verde como las praderas del sueño, el sonido de las palabras
trasladadas al papel antes de ser difundidas a quien quisiera escucharlas. Escribía
de oído, igual que tocaba el piano, pero sabía transmitir con ello la pasión
incombustible de quien ama lo que hace (y se sabía un privilegiado por hacer lo
que amaba). El papel se amontonaba sobre el escritorio y alrededor del cenicero
repleto de colillas, aquel papel tan fino y translúcido que parecía resaltar el
carácter transitorio de las letras que lo llenaban. Un micrófono y las ondas se
encargarían de hacer públicas sus palabras. Esa fue su manera de contar y
compartir aquello que, en cierta forma, era su vida: la música. Y así fue como
su carácter abierto de buen asturiano, la voz ronca de fumador empedernido y un
inglés divertidamente atroz ocuparon un espacio propio en la radio musical
durante décadas.
La habitación más grande de su casa no era un salón sino el
Cuarto de Música, así, con mayúsculas, el lugar donde el trabajo y el placer se
aunaban de forma maravillosa. Pedacitos de historia del disco bajo la forma de
dos gramófonos, uno clásico y otro portátil, que ocupaban los lugares destacados
que su significado merecía. El tocadiscos, luego acompañado de otros parientes
tecnológicamente evolucionados, y los enormes altavoces. El piano con el que
recreaba sus piezas favoritas, sobre todo de jazz, y nadie más tocaba. Aquí y
allá, testimonios de su experiencia vital: la foto que se hizo con el gran Cole
Porter antes de su entrevista, dos cuadros dedicados que su amigo Aute le
regaló, la cariñosa caricatura que le dedicó su apreciado José Ramón Sánchez y
algunos premios por su labor, un poco más a desmano. Y, por supuesto, la discoteca: miles de discos
reunidos en tres paredes de estanterías de cuatro metros de altura. El marco
perfecto para el escritorio donde preparaba sus artículos y guiones y el sillón
orejero donde sentarse a escuchar y disfrutar de la música. Un pequeño paraíso
para olvidarse del mundo.
No era un ermitaño, sin embargo. Era un ser social por
encima de todo y, armado con ingenio y desparpajo, disfrutaba con la gente y
con cada momento. Fiestas, festivales, presentaciones; cualquier ocasión era
buena para conocer, charlar y reír. Era habitual verlo salir en las fotos con
el cigarrillo entre los dedos, ese sempiterno cigarrillo que acabó
llevándoselo, y una sonrisa que tenía algo de socarrona y estaba llena de
encanto. Decían que tenía un aire a Clark Gable y a él le gustaba presumir de
ello, porque era muy coqueto. No cumplía años, solo vivencias. Y era capaz de
cautivar a cualquiera que entablara conversación con él, aunque fuera
accidental. En lo profesional y en lo personal, mezclados en su caso, porque
para él los dos mundos se habían fundido en uno como solo puede hacerlo quien
vive su vocación desde dentro. Muchas de sus amistades llegaron de aquel
ambiente y los oyentes solían llamar a casa para hablar con él,
incluso años después de haberse jubilado.
En la historia de la radio musical hay una línea donde está
su nombre, pero también hay un hueco muy grande que, junto a su ausencia,
algunos ayudaron a agrandar. Quizá debió escribir también para publicar y dejar
constancia de lo que vivió, no solo para que las palabras se las llevara el
tiempo. Sí, no es una errata (las erratas las han cometido otros, no sé si intencionadas);
es el tiempo quien nos roba mucho más que las palabras, quien sesga las
vivencias y, a veces, arranca de raíz los recuerdos. El olvido nos mata
lentamente y eso lo saben bien quienes lo utilizan de forma premeditada.
Por eso, hoy he querido traerlo aquí.
Juan Mª Mantilla
Pérez de Ayala nació en Oviedo, no importa cuándo (y, si importara, él tampoco lo diría), y aunque vivió fuera la mayor parte de su vida fue siempre un
asturiano de pro, orgulloso de su condición de carbayón.
Se dedicó profesionalmente a hablar y escribir sobre las dos
pasiones que abarrotaban su corazón y su casa: la música y el cine. Escribió
para periódicos como el Ya y realizó varios programas de música, especialmente
de jazz, para Radio Peninsular y Radio Nacional de España, primero en Madrid y
a partir del año 75 en Santander. Entre ellos, “Tiempo y ritmo”, con Rolando Gómez de Elena al
micrófono, “Club de Jazz”,
presentado por Matías Prats (padre), o el último y más recordado, “Mirando
hacia atrás con música”, con las locuciones de Jesús García Preciado y
Esther Rodríguez Torio.
Fue bueno, muy bueno, y muchos no entienden por qué se ha
relegado su nombre de las crónicas de la radio.
Yo tampoco lo entiendo pero, claro, dirán que soy parcial.
P.D. Gracias a los que aún se acuerdan de él, de sus
programas, de su simpatía y hasta de su inglés macarrónico. Seguro que él
también se acuerda de vosotros.
Cambiamos las pequeñas cosas que quedan a nuestro alcance con la esperanza de llegar a cambiar también las grandes, aunque éstas, demasiado a menudo, no dependan de nosotros.
Pero seguimos intentándolo.
Algún día, quizá, lo consigamos.