A veces cuesta tomar decisiones, aunque en el fondo sabes
que son inevitables, y vas retrasándolas por un vago sentimiento de nostalgia
anticipada, una especie de temor a perder una parte de ti que aferrabas con un
fervor casi absurdo. El apego, la costumbre, una cierta forma de identidad. Es
difícil deshacerse de los fragmentos del espejo en que te miras cuando te
preguntas, con la ingenuidad del niño: ¿y si dejo de verme? En ese trocito de
azogue hay un trocito de mí, ahora estoy incompleta. Pero no. Si lo miras bien
verás que es solo un cristal vacío, que esa imagen reflejada no eres tú, que si
te mueves un poco te verás entera de nuevo y, en realidad, no necesitas el
espejo para saber que estás.
Este blog es un fragmento de espejo, un puñado de trocitos
desprendidos de una parte de la imagen reflejada en el azogue de las palabras.
Creí cuando nació, pronto hará dos años, que podía escindirme y mantener
separadas las secciones resultantes, como si fueran independientes las unas de
las otras. Lo creía de verdad. Este perverso hábito de diferenciar e
identificar partiendo de la fracción, olvidando que lo que nos identifica es el conjunto de esas pequeñas cosas que nos diferencian al unirse en una
totalidad. No puedo mirar en dos direcciones al mismo tiempo, no tengo las dos
caras de Jano bifronte. Soy una y soy simple. Los lados que me componen no son
tan distintos y, cuando los separo, tienden a reencontrarse.
Como hay un momento para cada acción bajo el cielo, hubo un
momento para aventurarme y explorar posibilidades. Ahora ha llegado el momento
de simplificar. Demasiadas puertas abiertas provocan corrientes de aire, por
eso las he ido cerrando hasta encontrar mi espacio, mi habitación propia.
He puesto el espejo de cuerpo entero en la biblioteca, donde
me siento tan cómoda, junto al sillón de lectura. También hay allí una ventana
para mirar el mundo. Y un escritorio para contarlo.
Allí os espero.
Eleven AM. Edward Hopper (1926)
Gracias por vuestra
compañía todo este tiempo.