Solo son palabras, dicen algunos con desdén, quitándoles
importancia. Nada más. Como si no fuera suficiente. Las palabras tienen poder:
son capaces de crear un mundo y de destrozar una vida.
Cualquiera que haya leído un poco sabe que en las palabras
reside la magia. Dan forma a los hechizos que el escritor va formulando a lo
largo de las páginas y te transforman, al menos mientras dura el libro.
Palabras hechas de luz y de sombra que dejan cicatrices en los dedos de quienes
juegan con ellas, porque la magia se cobra su precio en especie y cada
sortilegio es una muesca más en tu alma.
Un beso alegra el corazón y hay palabras que te besan, te
acarician y calientan el frío que la estela de los días deja. Una palabra dicha
en el momento adecuado puede salvarte de la oscuridad, de los monstruos de tu
mente que, también, han utilizado las palabras para hacerte caer. Otras llegan
a deshora, redondas y contundentes como balas de cañón para aplastarte bajo tu
peso; o llenas de filos que se van clavando poco a poco, hasta desangrarte.
También son puñeteras las palabras que acuden a tus labios
cuando no las has llamado y traicionan pensamientos que preferirías tener
guardados para ti. Otras veces, sin embargo, si necesitas su ayuda, se dejan
llevar por la malicia y juegan al escondite, dejándote en ridículo. No puedes
fiarte de ellas porque pueden ocultar mucho más de lo que dicen.
Hay palabras que arrastran a la gente tras de sí. En boca de
algunos hombres han guiado ejércitos y levantado a las masas, envilecidas a
veces por la falta del armazón del razonamiento pero desaforadamente
contagiosas. Pronunciadas por labios más amables se procura el consuelo y se
calma al inquieto, o se las llena de astucia para el halago y la manipulación.
Se enseña con las palabras, para bien o para mal, dando voz
al pensamiento y a los hechos con los que pretendemos construirnos. Les ponen
zapatillas de andar a las ideas que sobrevuelan, con ellas se plantean
preguntas y se dan las respuestas. A ellas acudimos para hacer tangible el
mundo que nos rodea. Las necesitamos a modo de gafas que enfocan la visión de
lo que, por ser abstracto, tememos que se nos escape.
Las palabras atrapan, cautivan, esclavizan. Son el barco que
nos lleva y la tempestad que nos sacude, un océano en el que nadar o ahogarse.
Instrumentos de precisión. Objetos de deseo.
Solo son palabras, dicen algunos. Nada más. Y nada menos.
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Escribí este texto para La piedra de Sísifo, el estupendo blog cultural
de Alejandro Gamero, el pasado febrero. Lo he recordado y he querido
recuperarlo.
Que las palabras esclavizan: sin duda; que cautivan y atrapan...y, que traicionan cuándo menos falta hace. Enredaderas, a veces.
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ResponderEliminarLas palabras atrapan, cautivan, esclavizan. Son el barco que nos lleva y la tempestad que nos sacude, un océano en el que nadar o ahogarse. Instrumentos de precisión. Objetos de deseo.
Quien diga eso: "son solo palabras" es que no tiene ni idea de lo que hacer con ellas, porque no tiene ninguna idea en su cabeza que poder expresar con palabras. Qué excelente reflexión y que belleza de expresión. Tú sí que tienes la mente, la lengua y los dedos llenos de palabras, y sabes qué hacer con ellas. Abrazos.
ResponderEliminarLas palabras son todo y nada. Entremezcladas con el silencio y los gestos, y dejándolas posar con el tiempo suelen adquirir otras tonalidades...
ResponderEliminarUn abrazo